Cuando nosotros éramos los refugiados: Historia del barco Winnipeg

Foto: Memoria Chilena

Durante la Guerra Civil miles de españoles huyeron a Francia, no obstante, la mayoría de los refugiados fueron encerrados en campos de concentración, separados de sus familias y mantenidos bajo pésimas condiciones.

Para miles de republicanos, Francia era a única alternativa. Desde el sábado 28 de enero hasta el domingo 5 de febrero, habían logrado cruzar la frontera francesa 170.000 mujeres y niños, 60.000 hombres y 10.000 heridos, cifras que irían en aumento hasta pronto superar el medio millón de personas. Pero llegar a Francia no era fácil; había  que cruzar los Pirineos en pleno invierno, soportando durante varios días intensas lluvias y nevadas. Sólo algunos pudieron realizar parte del trayecto en vehículos. La mayoría lo hizo a pie o en mulas, cargando todos los enseres que podían, los que poco a poco fueron arrojando, incapaces de soportar su peso. Eran lastimosas caravanas que enfilaban por distintos senderos pirenaicos: familias completas con ancianas abuelas y niños en brazos, mujeres embarazadas, hombres extenuados, combatientes que aún conservaban el fusil y el  ideal de recuperar la República, pues para ellos esa derrota no era definitiva.

Para el viaje se contrató el antiguo carguero francés Winnipeg, que habitualmente hacía recorridos con no más de 20 pasajeros.

Se instalaron literas de madera en sus bodegas y finalmente alcanzó una capacidad para transportar a la 2.500 personas seleccionadas. Es el mismo Neruda, quien junto a su esposa argentina Delia del Carril, los que revisan una a una las miles de solicitudes de españoles para viajar a Chile.

Para algunos, Francia significó una acogida agradable, comida, techo y abrigo, proporcionados por familias francesas o españolas residentes. Para la gran mayoría, en cambio, su llegada a tierra extranjera no fue otra cosa que añadir otro amargo capítulo a la ya demasiado larga historia de padecimientos vivida durante los años de la cruenta guerra fraticida. Las primeras palabras francesas que oyeron estos refugiados fueron una orden seca: Allez!, allez! Circulez!, circulez!

Con ellas sonando en sus oídos y clavándoles el alma, fueron conducidos cómo manada a campos de concentración: Le Perthus, Prats de Molló, Argelés sur Mer, Agde, Saint Ciprien, Tour de Carol,  Mont Louis, Amelié- les- Bains, Arles sur Tech, Vernet-les-Bains, Tours, Barcares, Septfonds, Bram, Mazeres…

Cercados por las alambradas, rodeados de ametralladoras empuñadas por guardias senegaleses, gendarmes y ardes mobiles franceses, generalmente teniendo por techo las estrellas de un cielo frío, en cada campo de concentración se hacinaban hombres y mujeres por separado en pésimas condiciones higiénicas y mal alimentados. Sobre la arena de las playas del sur de Francia, refugiados republicanos derramaban sus lágrimas y otros sucumbían víctimas de la enfermedad, del hambre y de la añoranza.

Y surge el gran Pablo Neruda

Pablo Neruda fue Cónsul en Barcelona y luego en Madrid hasta 1936, cuando tuvo que huir de las tropas franquistas, ya que por ese entonces ya se había declarado abiertamente comunista y su trabajo se había vuelto cada vez más político.

Uno de los hechos que más lo marcó fue el asesinato a su amigo Federico García Lorca en 1936. Una vez de vuelta en Chile, no dejó de estar al tanto de la situación en España, y es así como, al enterarse de las trágicas condiciones de los refugiados en Francia, surge la idea de traerlos a Chile. Auspiciado por el entonces presidente chileno Pedro Aguirre Cerda, quien lo nombra cónsul en París; parte a Europa a organizar esta travesía.

El amor que Neruda había aprendido a sentir por España y su gente —huella imborrable dejó en él lo cobarde asesinato de su entrañable amigo Federico García Lorca— lo impulsó a solicitarle al presidente Aguirre Cerda que lo designara cónsul encargado de la emigración española con sede en París.

La respuesta del mandatario chileno no se hizo esperar:
—Sí, traiga millares de españoles. Traiga pescadores,  traiga vascos, castellanos, extremeños… Tenemos trabajo para todos .

El viaje

Para el viaje se contrató el antiguo carguero francés Winnipeg, que habitualmente hacía recorridos con no más de 20 pasajeros.

Se instalaron literas de madera en sus bodegas y finalmente alcanzó una capacidad para transportar a la 2.500 personas seleccionadas. Es el mismo Neruda, quien junto a su esposa argentina Delia del Carril, los que revisan una a una las miles de solicitudes de españoles para viajar a Chile. Con la ayuda del ex Gobierno Republicano español seleccionan los inmigrantes, no sólo artistas, intelectuales o políticos, si no también obreros, pescadores, comerciantes, hombres y mujeres capacitados y de esfuerzo que podían aportar en la sociedad chilena.

En el puerto francés de Trompeloup-Pauillac, se reúnen cientos de familias que habían sido separadas por la tragedia.

En cuanto se supo en Chile que Pablo Neruda estaba organizando el rescate de miles de refugiados republicanos, el tema dividió ideológicamente a los chilenos. El influyente “Diario Ilustrado” se opuso tenazmente a la inmigración española, mientras que el matutino “Frente Popular” encarnó la postura humanitaria. Durante meses las disputas fueron en aumento, hicieron tambalear el gabinete de Pedro Aguirre Cerda y alcanzaron a la misma Cámara de Diputados poco antes del partir del Winnipeg desde el puerto fluvial de Pauilliac.

En recuerdo de esa gesta histórica, Neruda compuso el poema titulado “Misión de amor”, que en su libro “Memorial de Isla Negra”, puede leerse:

Yo los puse en mi barco.

Era de día y Francia

 su vestido de lujo

de cada día tuvo aquella vez,

fue

la misma claridad de vino y aire

su ropaje de diosa forestal.

Mi navío esperaba

con su remoto nombre “Winnipeg”

Pero mis españoles no venían

de Versalles,

del baile plateado,

de las viejas alfombras de amaranto,

de las copas que trinan

con el vino,

no, de allí no venían,

no, de allí no venían.

De más lejos,

de campos de prisiones,

de las arenas negras

del Sahara,

de ásperos escondrijos

donde yacieron

hambrientos y desnudos,

allí a mi barco claro,

al navío en el mar, a la esperanza

acudieron llamados uno a uno

por mí, desde sus cárceles,

desde las fortalezas

de Francia tambaleante

por mi boca llamados

acudieron,

Saavedra, dije, y vino el albañil,

Zúñiga, dije, y allí estaba,

Roces, llamé, y llegó con severa sonrisa,

grité, Alberti! y con manos de cuarzo

acudió la poesía.

Labriegos, carpinteros,

pescadores,

torneros, maquinistas,

alfareros, curtidores:

se iba poblando el barco

que partía a mi patria.

Yo sentía en los dedos

 las semillas

de España

que rescaté yo mismo y esparcí

sobre el mar, dirigidas

a la paz

de las praderas.

En la soleada mañana del viernes 4 de agosto de 1939, el muelle de Trompeloup hervía de gente. Allí se reencontraban novios, matrimonios, familiares y amigos que llevaban meses y años sin saber el uno del otro. Cada uno de ellos había sido notificado que debía presentarse días antes en la ciudad de Burdeos para luego abordar el Winnipeg rumbo a Chile, un país del que muy pocos tenían alguna noticia. El artífice de ese encuentro milagroso, Pablo Neruda, había instalado unas mesas en una de las bodegas del muelle para realizar los trámites administrativos necesarios. Su firma y un timbre del SERE se convertían en la anhelada autorización para embarcar rumbo a la libertad, la dignidad y la esperanza: Chile.

Y el Winnipeg dio inicio a su travesía que duraría casi exactamente un mes, tiempo durante el cuál los refugiados no pusieron pie en tierra hasta llegar a la chilena ciudad de Arica, donde no hubo puerto hasta que uno de los mismos refugiados, años más tarde, lo construyó, hecho que constituye un verdadero símbolo del aporte que significó para Chile esa inmigración española en diversos campos de la cultura, la educación, el comercio y la industria.
El viejo vapor francés –que años más tarde sería hundido por un submarino alemán en aguas del Atlántico Norte–, enfiló su proa por el Cantábrico, al norte de la península ibérica, para luego entrar en aguas del Océano Atlántico.

Un mes más tarde, el 3 de septiembre de 1939, el Winnipeg atraca en tierras chilenas .

Al día siguiente finalmente desembarcan y son recibidos por las autoridades chilenas. La mayoría de los españoles permanecieron en Chile, donde comenzaron una nueva vida, muchos otros familiares los seguirían años más tarde, al nuevo hogar en América.

Gallegos en el  barco

Gracias al testimonio de Pancho de Pita, uno de los hijos de los embarcados en el Winnipeg, se sabe que había alrededor de 20 gallegos entre los españoles refugiados.

Entre ellos el padre de Pita y dos de sus hermanos, todos ellos sindicalistas de Cariño, en la provincia de A Coruña, que alcanzaron a huir a tiempo de las tropas franquistas.

Fue en un campo de concentración en Francia donde se enteraron de la travesía a Chile, y con dinero mandado desde Galicia pudieron comprar sus pasajes que los llevó a tierras chilenas.

Varios de los gallegos comenzaron a trabajar en la industria de harina de pescado en Chile, pero la mayoría siguió camino hasta Argentina o Uruguay, donde tenían parientes, emigrantes de años anteriores.

Fuentes: Wikipedia / winnipeg70

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