Mientras haya churrascos, habrá gallegos

Este domingo pasado, como muchos de los que me estáis leyendo, fui a pasar el día a la casa de mis cuñados en una aldea próxima a la ciudad de Ourense. Un día de sol extraordinario, en esta primavera veraniega que nos está regalando nuestra especial climatología.

Se preparaba el churrasco de rigor, al que tan aficionados somos, y se sucedían las diferentes tandas de sesión de Vermuths , Ribeiros, Mencías – estamos en Ourense, que no se diga –, además de Estrella de Galicia bien fresca… y como nota “discordante”… alguna que otra copa de Rioja… Todos los miembros de la familia, en perfecta armonía de charla distendida, mientras uno de mis cuñados “peleaba” con las brasas de la parrilla para conseguir ese perfecto punto de cocción de todo lo que pusiera sobre ella.

Y por supuesto!!, siendo galegos, si hablamos de cantidad…entramos en terreno  de interpretación al libre albedrío. Normalmente suele corresponderse con que en una comida familiar, digamos de veinte miembros; se podría dar de comer tranquilamente a un batallón, que regresara famélico de unas maniobras militares, y aún así podrían repetir menú al día siguiente, y al otro…  Somos fieles seguidores, del  lema que nos inculcaron nuestras abuelas, y que debe ir en el ADN galego;  aquel que reza” más vale que sobre que no que falte”.

En este ambiente tan nuestro,  salpicado de conversaciones divertidas familiares y juegos de los más pequeños, me retiré un ratito del “núcleo duro” de “ahumémonos con el churrasco que el viento caprichosamente se empeña en enfilar hacia nosotros, pero que no abandonamos, porque forma parte del  ceremonial que nos flipa”…y como decía, me llevé en una mano un vaso con coca cola fría –lo confieso, me comporté como una sacrílega – y en la otra mano, un trozo de panceta bien crujiente recién hecha a modo de aperitivo. Y apartada en un rincón de la finca, me puse a contemplar el paisaje. Magníficas vistas,  casas de piedra, cruceiros, hermosos campos muchos trabajados, fincas con frutales, en esta época todos en flor, un cielo en el que te pierdes… Una aldea como Dios manda, en la que aún se respira mucha vida, quizá por su cercanía a la capital.

Y no puedo evitar el que se me pasen por la cabeza algunos apuntes que, por desgracia, conocemos sobre nuestras aldeas y su despoblamiento. Según el Instituto Nacional de Estadística en Galicia este pasado año,  y de media,  cada semana una aldea perdía sus últimos vecinos.

Sobrecogedores datos, hablamos de 3.562 núcleos ya sin habitantes. Por otro lado se da la circunstancia que en nuestra tierra vive el 5,8 de la población española, repartida en 30.675 entidades poblacionales. Para que os hagáis una idea, España cuenta con 78.111 entidades en sus 8.127 municipios y si de ellos 30.675 se corresponden con Galicia, nos haremos una idea de la importancia de estos datos. Sólo ya las provincias a Lugo, Pontevedra y A Coruña suman más entidades de población que toda Andalucía.

Y  lo terrible no está exclusivamente en las que se han perdido, porque el futuro es desalentador; hay nada más ni nada menos 1.859 lugares habitados en el que únicamente reside una persona, y por si esto fuera poco,  otros 2.277 en los que son dos las personas  que allí viven; siendo en muchos lugares mujeres por su mayor longevidad.

Y si lo vemos desde el punto de vista de núcleos con más de mil habitantes, su  número es de 197 que convergen con  las localidades o enclaves principales de los ayuntamientos más habitados: 91 en A Coruña, 20 en Lugo; 13 en Ourense, 73 en Pontevedra.

Desde el año 2011 Galicia disminuye su población, el censo es de 2.718.525 personas, y desde 1988 registra mayor número de fallecimientos que de nacimientos. Envejecemos demográficamente a pasos agigantados, y todo ello además con una emigración ya, para nuestra desgracia, constante y perenne.

Es evidente que Galicia necesita políticas demográficas para dar un vuelco a estas cifras, y ello también debe ir acompañado de iniciativas que impulsen una  economía real que nos permita establecernos, tener familias en buenas condiciones, y no seguir enviando generación tras generación, a la emigración como si fuera una especie de tradición perversa –Los  Gallegos no protestan, emigran…que decía Castelao –; casi un siglo después esta condición continúa, y nos la disfrazan algunos de nuestros políticos de “qué bonito es viajar por el mundo y conocer otras culturas”.

Y mientras pensaba en estas cosas, con mi vaso de Coca Cola y mi panceta churruscada, me percaté de que quizá en menos de 50 años, no habría otras personas como yo, reunidas con su familia en un bonito domingo, en una aldea gallega, compartiendo el día. En realidad lo que subyace a todo esto, es la pérdida de nuestra propia cultura y modo de vida.

Visto así, y ya con la panceta engullida, decidí alejarme un poco de estas “negras sombras” e ir a por una copa de Ribeiro… Y se me pasó por la cabeza que, mientras en el futuro se siga haciendo algún churrasco en Galicia, es posible que aún nos quede esperanza.

Publicado 10 Abril, 2017

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