Historia Irreverente Y Plácida De Una Ciudad

Preludio: En el Olimpo de los Dioses

De cómo Artemisa, diosa, le dice en el Olimpo al resto de los dioses que quiere favorecer a un mortal para que funde una ciudad en el fin del mundo, más allá de las columnas de Hércules, donde los mundos se unen con la gran región llamada Atlántida, y que ese mortal será grande entre los grandes, pero a alguno no le gusta…

Artemisa paseaba lánguidamente por el Olimpo. Estaba preocupada. Le había desaparecido una de sus flechas. Una flecha de amor. Sabía que Afrodita y Eros andaban intrigando algo con los mortales. Algo que no le gustaba. Le había avisado Atenea. Le dijo que Telamón, rey de Salamina, era el objetivo del nuevo juego de aquellos Inmortales.

Se dirigió hasta Asteroskopelo, su lugar favorito, desde el cual observaba en muchas ocasiones la vida de los mortales. Quería ver que hacía su protegido, Telamón. Éste paseaba por los jardines de su palacio, su Kipos, enfrascado en sus rutilantes ensoñaciones y preparado para recibir una delegación troyana que les hacía una visita de cortesía. Se trasladó hacia sus aposentos, sus Tétarta, y miró amorosamente a su mujer Peribea que alimentaba a su vástago, protegido del gran Zeus, al que había llamado Ayax, y que un águila enviada por el más magno de los dioses lo había designado como un futuro héroe. Telamón aguantaba la cuarentena con resignación, evitando no ir con las esclavas más de lo debido, pues así se lo había prometido a Peribea. Llegó la delegación troyana, presidida por Príamo, heredero de Laomedonte, rey de Troya, con un numeroso grupo de cortesanos, y con la protección de su hermana mayor, Hesíone, que en ese momento contaba con 16 años. Era de una belleza inigualable, con mirada tímida, de cuerpo pequeño pero con curvas insinuantes para su juventud, con cierta exuberancia que hacía que sus formas se movieran a merced de sus largos cabellos, como las olas del Mesógeios cuando no estaba en calma.

La delegación venía para consultar al oráculo, al manteío, de Salamina, pues Poseidón había enviado un aterrador Kitos que sitiaba la hermosa ciudad de Troya y no sabían cómo librarse de él, ya que todos los polemistésque se habían enfrentado al monstruo habían sido devorados. El manteío designó que un sacrificio humano calmaría las iras de Poseidón y arrojarían al kitos al inframundo de Hades, de donde nunca debía haber salido. Su mirada penetrante se posó sobre Hesíone y ella bajó los ojos.

Los troyanos no entendían nada, pero su princesa fue nombrada con palabras que sonaron a condena. El manteío dijo así: “Solo una bella princesa puede saciar al Kitos, y Poseidón lo devolverá al sitio del que nunca debió salir. Digo ahora que Hesíone es la designada”. Los llantos desgarradores se extendieron por toda la delegación, e incluso por los ciudadanos de Salamina. Pero el manteío había expresado su funestopresagio.

Telamón aguantaba la cuarentena con resignación, evitando no ir con las esclavas más de lo debido, pues así se lo había prometido a Peribea.

Artemisa visualizaba aquella situación y, conocedora como era de las iras de Poseidón, sabía que no había otra solución. En ese momento, de entre las nubes donde se coronaba oyó unas risas insólitas, juguetonas, que no le gustaban. Vio, entonces, a uno de los hijos de la adúltera Afrodita, el bello Eros, que cogía su arco y disparaba una vélos hacia los mortales. Era su vélos, la que echaba en falta. El grito de Artemisa fue desgarrador: “Nooooo!!!!”. Pero la flecha fue inexorable hacia su destino.

En Salamina el alarido se escuchó como un gran trueno, como el mal presagio de lo que le iba a ocurrir a Hesíone. Y la veloz saeta atravesó el corazón de Telamón, que se interpuso en el camino de a quién iba dirigida. Pero, unos segundos antes, Artemisa la había conjurado como una flecha de amor, y cuando el rey sintió la punzada sus ojos se posaron en la bella princesa troyana y el amor surgió como una avenida de alegría y dulzura.

Los troyanos se recogieron a gran velocidad y partieron para su país, ansiosos, aunque tristes también por ello, para llevar a cabo el aciago augurio del manteíos y que el Kitos fuera eliminado de sus aguas.

Telamón no tuvo tiempo de reaccionar y no sabía qué hacer para liberar a su bella enamorada.

En aquel tiempo, y bajo su amparo, estaba el fuerte Heracles, hijo del mismísimo Zeus, según decía la leyenda, y la reina mortal Alcmena, y que su gran amigo Anfitrión, que lo había adoptado, se lo había enviado para que lo protegiera y le adiestrara en las artes de la guerra. Heracles había sido testigo de lo ocurrido y se ofreció a su protector para ir a Troya y liberar a la princesa, y acabar con la maldición del Kitos pues sentía mucha simpatía por los troyanos.

Artemisa, que seguía todo aquello sin perder detalle, ignorando las interrupciones que le hacía Eros con sus desconsideradas bromas, se sintió agobiada. Zeus se enojaría mucho si se llegara a enterar que su propio hijo hacía algo contra Poseidón, que era el verdadero instigador de la maldición de los troyanos, y no le gustaría tampoco que Telamón fuera infiela Peribea, pues la tenía bajo su protección. No sabía como solucionar aquel enredo y se mantuvo expectante.

El grandioso Heracles partió solo hacia Troya, o esa era su idea. Pero Telamón, movido por la llamada del amor, concibió un plan, y amparado por las sombras de la noche, viajó hacia la bella ciudad escoltado por una decena de sus leales. La diosa tembló, pues se temía que graves sucesos podía acarrear aquella decisión y ella no podía intervenir.

En Troya ya tenían todo preparado para el sacrificio. En una de las playas que rodeaban la inexpugnable ciudad sus moradores cantaban canciones y colocaban flores en una embarcación en cuyo mástil estaba atada la hermosa princesa Hesíone. La empujaron hacia el mar y la multitud comenzó a ulular para atraer al Kitos. Una gran y tenebrosa nube cubrió el mundo, mientras las olas del Mesógeios se agitaban, espumeaban, presagiando infortunios. Y de entre ellas, surgió el monstruo. Su aspecto era aterrador. Su cuello era largo, extremadamente largo, y de su ancho cuerpo brotaban unas enormes alas, que le servían para impulsarse por el mar, pero también para elevar aquel pesado cuerpo y sobrevolar a baja altura las riveras, mientras unas branquias enormes se abrían en la base de su cabeza dándole un aspecto más fiero. Ésta era grande, con unas fauces donde sobresalían gigantescos y afilados dientes con los que desgarraba a sus víctimas. Y de entre sus ojos emergía un cuerno de dimensiones extraordinarias que le servía para ensartar a quien le pudiera atacar. Debajo de las alas se veían sus patas delanteras, con unas garras exageradamente afiladas, mientras que en la parte de atrás tenía tres piernas que le servían para impulsarse.

Olas del Mesógeios se agitaban, espumeaban, presagiando infortunios. Y de entre ellas, surgió el monstruo. Su aspecto era aterrador.

Se fue acercando sigilosamente hacia la embarcación dispuesto a devorar el sacrificio humano que le ofrecían, al mismo tiempo que era jaleado por la multitud para que llevara a cabo su cometido. En ese momento, y de entre las brumas, apareció de forma inesperada otra embarcación, impulsada por unos remeros, coronada en su proa por la figura imponente de Heracles, el cual comenzó a gritar al engendro para llamar su atención. Consiguió su objetivo. Se fueron acercando hacia el animal que, acostumbrado a provocar el miedo en sus víctimas, se vio sorprendido por la velocidad en la que iban hacia él sin ningún pánico, mientras el héroe, Heracles, saltaba sobre su cuello y se agarraba fuertemente a las branquias. El Kitos se debatía con movimientos convulsivos para liberarse del cazador pero el gran guerrero, habituado a aquellas lides esperó pacientemente a que se fatigara la presa y, cuando disminuía sus movimientos, desenvainó la espada y se la ensartó en aquella parte del cuello no cubierta por sus duras escamas, donde más vulnerable era. La bestia abrió su enorme boca y se desplomó sobre las aguas provocando una enorme ola que casi hizo hundirse las dos embarcaciones,inundando la playa donde lasmasas miraban confusas y deslumbradas por lo que acababan de contemplar, originando decenas de muertos al ser arrastrados por la violencia de aquellas aguas que, poco a poco, empezaron a teñirse de rojo por la sangre del Kitos. Había pasado de ser sacrificador a sacrificio.

Heracles, saltaba sobre su cuello y se agarraba fuertemente a las branquias. El Kitos se debatía con movimientos convulsivos para liberarse del cazador pero el gran guerrero, habituado a aquellas lides esperó pacientemente a que se fatigara la presa

Heracles fue nadando hacia la embarcación de la princesa troyana y la liberó de las cadenas, y el mismo la guió, remando con fuerza, hacia la orilla. La otra nave, con los guerreros a sus órdenes, también fue hacia el mismo sitio. El gran héroe entregó a Hesíone a su padre, Laedomonte, que en ese momento le hizo la promesa de grandes riquezas para los que habían salvado a su hija. Subieron a la ciudad amurallada y celebraron una gran fiesta, a pesar del luto por los numerosos muertos, pero contentos de la muerte del Kitos. Bebieron ingentes cantidades de una cerveza que le llamaban Filí.

El alcohol se iba diluyendo en sus cuerpos y se entregaban al sueño de aquel líquido que podía producir alegría, pero también disminuía las conciencias.

(Nota del autor, inciso literario: la cerveza Filí es de extraordinaria graduación y de aquella era elaborada por la familia Pétres, y sus herederos nos la hacen llegar hoy en día con su maravilloso aroma, pero eso es otra historia…).

Los troyanos dormitaban plácidamente, sumidos en el letargo producido por los efluvios etílicos, cuando Telamón y su hueste penetraron en la ciudad, aprovechando que las sombras propiciadas por la diosa Nyx se extendían por toda la tierra conocida y nadie sospechaba ninguna maldad. Se dirigieron directamente al paláti de Laomedonte y, sin hacer ruído, fueron directamente a las habitaciones de la princesa Hesíone realizando su rapto inmediato. Protegidos por la oscuridad partieron hacia Salamina.

Pero el amor que sentía Telamón hacia la bella dama no le aplicaba cordura y, así, en el camino, en un llano donde pararon a descansar, protegidos por un palmeral, árbol extraño en aquellos lugares, el rey de Salamina cortejó a aquella mujer que amaba. Y la amó. Y ella se dejó amar porque, aunque el hombre ya rondaba los cuarenta años, todavía mantenía un porte magnífico, y la vélos de Artemisa también había hecho efecto en la joven.

La diosa observaba la situación con preocupación. No se debía enterar Zeus.

Pero el padre de todos, el más grande, ya había sido avisado por Poseidón que, indignado por la muerte de su Kitos reclamaba venganza. Y la venganza era contra Heracles, hijo de Zeus, por lo que le pedía cuentas al Dios de Dioses. Y Zeus divisaba la traición de Telamón, protegido de Artemisa, que dejaba su semilla de amor en Hesíone. Al mismo tiempo, los troyanos se armaban y preparaban sus ejércitos para recuperar a su princesa.

Artemisa no sabía como solucionar el tema. Fue a hablar con el cada vez mas irritado Zeus para pedir su perdón. Le explicó lo sucedido. Y parecía que su ira se aplacaba hasta que la diosa le dijo que en el vientre de Hesíone hay un futuro mortal llamado a grandes empresas y a fundar ciudades. Pero la respuesta de Zeus fue de una cólera tan fuerte que dejo caer su mano sobre el mundo y separó la Atlántida del resto de la tierra habitada, hundiendo el continente donde vivían la civilización más avanzada y haciéndola desaparecer totalmente. Y allí donde había apoyado su mano, donde su dedo anular dejó su huella, al final del mismo, y el océano se relajaba, en aquel lugar inhóspito para la civilización griega, lo señaló y le rugió a Artemisa “Aquí, en este lugar, alejado del mundo, donde a partir de ahora se acaba, aquí tu engendro fundará una ciudad de la cual poco se hablará, una ciudad a las orillas de un río que llamarán Lérez, que tendrá dos puentes, y después más, y sus moradores, en el futuro, se preguntarán si no son de esa ciudad en el universo virtual. Y al guerrero le llamarán Teucro, y la ciudad le dedicará una plaza y sus habitantes adorarán un deporte cuyos practicantes llevarán su nombre.”

“Aquí, en este lugar, alejado del mundo, donde a partir de ahora se acaba, aquí tu engendro fundará una ciudad de la cual poco se hablará, una ciudad a las orillas de un río que llamarán Lérez, que tendrá dos puentes, y después más, y sus moradores, en el futuro, se preguntarán si no son de esa ciudad en el universo virtual. Y al guerrero le llamarán Teucro, y la ciudad le dedicará una plaza y sus habitantes adorarán un deporte cuyos practicantes llevarán su nombre.” 

Copyright 25 Abril 2015 ©Rafael Crespo Sabarís

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