La Peregrina Versión “Cuéntame”

Foto©Porgaliciabaixo

Hoy mismo podría ponerme delante de la galería del salón de la casa de mi madre, con la ventana abierta, entornar los ojos, de frente al ventanal un bosque verde: las Palmeras, la Alameda, y sobrevolando todo ello el edificio de “Adeslas”, al fondo.

Si dejo de entornar los ojos, y los cierro, el perfume de la hierba, los camelios, la vegetación y el ruido del montaje de todos los chiringuitos y atracciones de las fiestas me transportan a otros tiempos en un plis-plas.

Hablar de las fiestas de la Peregrina, creo que es hablar de los recuerdos que tenemos archivados en el baúl de la memoria desde la más tierna infancia de todos los pontevedreses.

Me veo a mi misma con mis hermanas y primos, todos en tropa, como debe ser,  cruzando desde la acera del Lar hacia Santo Domingo, antes seguro que habremos hecho una parada en la tienda de revista de Marisa, a comprar algunas chucherías. Vamos ya por Montero Ríos, en el camino vemos aparcados delante del Valle Inclán el coche de mis padres y de mis tíos. Cruzamos de acera, vamos de cabeza a la alameda. Subimos a ella por la parte más complicada, nos gusta andar por el bordillo de los jardines y por los bordes de la balaustrada de los bancos de piedra, haciendo equilibrios y sin salirte de ellos;  cuando más pequeños más nos gusta. Nuestros padres, tíos y demás familiares, detrás escoltándonos y diciéndonos, “niños no vayáis por ahí…”

De fondo se oye el ruido de las tómbolas, y los reclamos de las rifas de los jamones y del vino de Aragón. A mi hermana se le antoja una manzana caramelizada, una de esas que nunca te acababas,  otros de la panda de críos que somos, se amontonan en un puesto de algodón de azúcar, que ineludiblemente de una manera o de otra, no sabes cómo, pero parte de él termina siempre en el pelo de alguno.

Seguimos avanzando por todo el ruido, las luces y colores llamativos. Hay que hacer igualmente una parada para tirar con la escopeta de aire comprimido e intentar romper las cintas de colores para llevarse cualquier premio, la cuestión no es el peluche ni lo que te regalen si lo consigues, evidentemente, la cuestión es vencer a esas escopetas que nunca parecen responder a la puntería, ni funcionar coordinadas con su punto de mira…

Foto©Porgaliciabaixo

De fondo se oye el ruido de las tómbolas, y los reclamos de las rifas de los jamones y del vino de Aragón. A mi hermana se le antoja una manzana caramelizada, una de esas que nunca te acababas, otros de la panda de críos que somos, se amontonan en un puesto de algodón de azúcar

Y poco a poco, llegamos al final de la alameda y bajamos por las escaleras rumbo a lo que de verdad nos interesa, ¡¡¡Subir a todos los cachivaches que nos sean humanamente posible!!!.

Llegamos justo al lado  de la Cruz de los Caídos (en mi infancia era así, antes del Monumento al Soldado Desconocido). Allí estaban en todo su esplendor los coches de choque, todo un mundo prohibido en mi caso, ya que  no me dejaban subir, y miraba con envidia como los mayores si podían hacerlo. También recuerdo, cómo no, a Finoca y a su hija.  Ellas siempre estaban allí a cualquier hora que fueras, y desde la mirada de tu infancia percibías, aunque no supieras del fondo de la cuestión, que algo no iba bien con ellas, y te causaban cierta pena y ternura.

Nuestros padres y familiares llegados a este punto se dividían hasta nueva orden, para vigilarnos. Por un lado unos iban hacia la zona de los caballitos y atracciones sí permitidas a los que éramos más peques, mientras los otros se quedaban con los más mayores en los coches de choque…. Te subías a los caballitos, al coche de bomberos, al pulpo…

Y en un alarde de querer sentirte más mayor, y después de mucho insistir, excepcionalmente te permitían montarte en las cadenas, eso sí diciéndole al encargado–se me quedó grabado durante años  un chico que se llamaba Miguel– que te ataran bien superrequetebien y que no te diera vueltas una vez en marcha, que era justamente lo que tú querías…

Mientras te daban vueltas y vueltas, advertías en cada una de ellas la cara de angustia de tus padres, que no veían la hora en que se acabara ese turno que a ti siempre te parecía demasiado corto…de fondo sonaba “ya ya en el otro mundo , en vez de infierno encuentres gloria…” de Albert  Hammond;  “Eva María se fue buscando el sol en la playa” de Formula V, o “Acalorado estoy dime tú lo que me has dado …” de los Diablos…esta última parte es más confusa, mezclas canciones y canciones de diferentes años.

Posteriormente siempre “me tocaba” subirme con mi hermana pequeña en el tren Pof Pof, que no me gustaba nada…

Y remataba la cosa, marchando todos en familia camino del Blanco y Negro, allí nos volvíamos a dividir. La panda de críos a los columpios que entonces estaban situados justo enfrente de la cafetería. Otras veces tirábamos hacia el Carabela, pasando por Michelena y parando a comprar helados en la Ibense.

Por supuesto, como era de esperar,  la chavalada familiar, otro días hacíamos “escapadas” a la feria sin padres…Pero esa es otra historia, de esas que quedan entre primos y hermanos como un pacto de sangre de por vida.

(11 Agosto, 2016)

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